Cruzaban el Atlántico. Desde Europa hasta América y desde
allí, de regreso. La música viajaba –y sigue haciéndolo– en el baúl de los
emigrantes. De primera o de tercera clase. Y cuando arriba a puerto, se
mezclaba entre los cantes del pueblo, produciendo nuevos estilos. Viejas
canciones que se renuevan. En eso, básicamente, consisten los cantes de ida y
vuelta: El flamenco enriqueciéndose con las aportaciones del folclore
americano.